¿Tienes tu propio estilo discursivo?

Conseguir que la persona que te escucha te mire fijamente, que ponga todos sus sentidos en tus palabras y tus gestos. Que entienda y sea capaz de guardar lo que entiende. Que sonría, que se emocione, que sienta un vínculo intelectual y emocional con quien habla. Que se sorprenda, que se sienta cómplice. Que se vea parte del relato que escucha. Y que todo esto le mueva a la acción.

Esto podría ser el resultado de un buen discurso o intervención pública.

Pero, me atrevo a decir que pocas veces somos capaces de encontrarnos con una intervención con esa capacidad de influencia. Porque, está muy bien que los analistas nos digan si un discurso ha sido bueno o no. Pero la clave no es que lo interpreten así en una tertulia radiofónica o televisiva, sino que así lo sienta el común de los mortales. Pero, ¿Cuántas veces nos emocionamos o somos capaces de captar por nosotros mismos cuál ha sido la esencia de un discurso o sus mensajes clave?

Es posible que no muchos. Y, ¿por qué? Razones las hay igual que colores, pero me voy a centrar en una: la imitación. La copia de mensajes, de tonos, de estructuras. Y lo peor de todo, la repetición o copia equivocada: aquella que erróneamente identificamos como un «estilo de moda» pero no necesariamente es un estilo de éxito.

Se trata, en estos casos, de discursos en los que el ritmo, la entonación, la «musicalidad» obedece a patrones prolíficamente utilizados, pero que nadie sabe el porqué de su uso abusivo, ni las posibles ventajas para quién lo utiliza. Suelen ser estilos propios de quién ha forjado sus formas discursivas a base de observar y escuchar a otros sin interés alguno en aplicar un estilo personal. En estos casos, repiten y copian.

Esto también ocurre con los gestos utilizados. Los hay que se ponen de moda (como las manos en ojiva). He visto recientemente como algunas personas utilizan un gesto de manera permanente en una intervención, es decir, no hay momento en el que no estén utilizando ese gesto (como, insisto, las manos en ojiva). Y si los gestos son para enfatizar mensajes importantes ¿Cuál es el mensaje importante si siempre estás enfatizando?

En resumen, suelen pecar muchas intervenciones y discursos de falta de naturalidad, carentes de riesgo alguno, consiguiendo que el oyente caiga en un indeseable aburrimiento.

¿Soluciones?

Las hay: crea tu propio estilo. Trabájalo. Para ello, conócete bien a ti mismo y a tu entorno. Piensa que el mejor discurso está por dar y que tú podrías ser el elegido para darlo. Y no te dejes arrastrar por los tonos, las poses o las miradas de otros. Porque es su discurso, es su mensaje: en definitiva, es su alma, no la tuya.

Con esto no digo que nos tapemos los oídos cuando tengamos a alguien delante ofreciendo un discurso. No. Hay que escuchar a otras personas, sus intervenciones, analizarlas, disfrutarlas (si se puede) y quedarnos con esos detalles que te han emocionado, que te han hecho reflexionar y han conseguido hacerte pasar a la acción.

Pero lo mejor es que seas tú. Que practiques y, sobre todo, que seas libre para encontrar tu propio estilo. Un estilo capaz de conseguir de tu discurso una forma de ganar influencia y que hable de ti, no de otros.

Foto de J. Balla Photography en Unsplash

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